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Rafael Angel Masís (q.d.D.g.) y Carlos Solís “Ceiba”, en sus años mozos.
Artículo principal - Edición 259 - Enero de 2004
“Ecos de Escazú”. 26 de febrero de 1946
(Verídica historia de su reciente viaje a Puntarenas).
Nuestro buen amigo don Rafael Angel Masís, dispuso en días pasados “echarse una canita al aire” y para ello nada mejor que las deliciosas y frescas brisas tropicales de nuestro bello puerto del Pacífico: Puntarenas.
Carreras van y carreras vienen en los preparativos del viaje. Y temeroso de que lo fuera a dejar el tren, se fue a dormir a los banquillos de concreto de la pulpería de don Oscar González, en la Sabana. Llevaba como edecán, nada menos que al popular “Ceiba”.
A las 8 y 10 de la mañana, después de una noche de perros y de un frío matador, tomaron el tren acomodándose en un elegante carro de segunda y... a Puntarenas se ha dicho. Como los pobres habían pasado tan mala noche, se privaron y ni cuenta se dieron a que hora pasaron por Ciruelas, Turrúcares, Río Grande, Orotina, etc. Por cierto que quedó mal con el amigo Nacor, pues tenía que dejar una misiva allí en Río Grande y nada... nada.
Da la casualidad que al pasar por Caldera, un zancudo picó a Masís y el pobrecito se despertó. Al volver a ver por la ventanilla vio el mar. ¡Qué alegría! ¡Qué sensación! Emocionado por la pintoresca vista que a sus ojos se presentaba por primera vez, despertó a su compañero y le dijo:
—Mirá el mar... mirá el mar.
Ceiba, restregándose los ojos y asombrado también de ver el mar, exclamó:
—Iss... mirá allá... qué grande.
¿Cuántos baldados de agua habrán allí?
—Sin cuenta... contestó Masís muy tranquilo.
—Qué va, tan poquillos, volvió a decir Ceiba, no puede ser.
Y continuaron su marcha rumbo al puerto.
Llegaron por fin a Puntarenas y luego de carrerear hoteles, se hospedaron en El Sueño de Colón (¡Qué romanticismo!). Almorzaron y a hacer siesta. Ceiba se tiró en una tijereta y poco faltó para que la rajara en dos. En cambio Masís, en vista del tremendo calor que hacía, dispuso irse a reposar el almuerzo debajo de un delicioso almendro, frente a la playa. Llegó al lugar deseado y mirando al mar, que en esos momentos estaba empezando la vaciante, y que escasamente se encontraba a cinco metros del lugar donde él estaba, empezó a cabecear.
Comenzaba a entregarse en brazos de Morfeo, cuando observó que un muchacho con dos baldes (uno en cada mano) estaba recogiendo agua del mar, y llenos los llevaba a un hotel. Intrigado le preguntó al muchacho:
—¿Para quién jalás agua del mar?
—Para los pasajeros de ese hotel, contestó el muchacho.
—¿Cómo así?, preguntó Masís.
—Sí señor, para los pasajeros del hotel que no queriendo bañarse en la playa por temor, por evitar el samuel, o por lo que sea, prefieren darse el baño de agua de mar en el hotel.
—Ajá... ¿y te pagan por eso?
—Claro está; 25 céntimos por cada balde de agua.
—Caramba, no está malo el negocio. ¿Debes ganar mucha plata?
—Algo, no mucha, y se alejó con los dos baldes llenos de agua para el hotel.
Masís lo miró echar dos o tres viajes y luego se privó profundamente... Como a la hora se despertó y... ¡qué sorpresa! Atónito vio que el mar que cuando él llegó estaba a escasos cinco metros del lugar donde él se sentó, estaba ahora como a unos doce o quince metros más adentro; y llevándose las manos a la cabeza, exclamó:
—¡Qué confisgao muchacho, toda el agua que ha jalado en tan poco rato!
1 comentario:
Que alegria cuando llegamos al puerto y vemos el inmenso mar la inosencia de esta historia me hizo recordar lo que sentimos nuestra primera vez en el mar.Que guapo ceiba
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