Ver foto ampliada: Con el diseño - Sin el diseño
La familia Vargas Azofeifa en la actualidad, de izquierda a derecha aparecen: José Eduardo, Adrián, Jorge Arturo (Piro), Norma Azofeifa (Moma), Ronald y Rodolfo (Cuca). Foto Mario Roldán
Artículo principal - Edición No. 319 - Marzo de 2016
Tomado del periódico La Nación - 23 de junio de 1991
Gina María Polini
Cuando Adrián empezó, a los 8 años de edad, a repartir periódicos para ganarse una platilla con un señor del barrio, jamás imaginó que estaba cultivando los ingresos que darían de comer a toda su familia.
“Era tan güila que mi tata a veces tenía que quitarle la chupeta cuando ya iba con la pila de periódicos”, recuerda entre risas Jorge Arturo (Piro), uno de los hermanos.
El haber sido el sembrador de la semilla lo convierte en el jefe de esa familia de papel. “Es el más chiquillo, coinciden todos, pero él es el jefe aquí.”
Así, con esa explicación me recibieron en la casa de los Vargas, la cual está detrás de la Iglesia de Escazú. En esa misma casa crecieron todos y ahora la han dejado para integrar cinco hogares. Pero se siguen reuniendo, religiosamente, desde tempranas horas de la madrugada para preparar los periódicos que hacen llegar por cada rincón de Escazú y Santa Ana.
Ellos son los hermanos Vargas Azofeifa, pero la gente los conoce como “los muchachos de La Nación.”
Una casualidad
La madre, doña Norma Azofeifa, de fácil hablar y pronta sonrisa me hizo pasar adelante. Se sentó a mi lado en la sala, hasta donde llegaba un delicioso olor a picadillo casero.
De inmediato doña Moma —como la conocen todos— desde los que llegan a comprarle el periódico hasta la lora de la casa que la llama a cada instante, empieza a narrarme como se metieron en el negocio de los periódicos.
En realidad todo surgió por iniciativa de Adrián, y poco tiempo después se le unieron dos de sus hermanos mayores, Ronald y Rodolfo (Cuca). De eso hace casi 20 años. “Imagínese, lo que nos ganábamos 50 colones por mes, y después de repartir teníamos que ir a la escuela.” Así recuerdan los inicios.
Sin embargo, la familia asumió, más adelante la repartición de La Nación y esto sucedió por casualidad. El agente de entonces se retiró y le entregó al papá de los Vargas, don Doliver, el negocio.
“Mi esposo no quería —dice doña Moma— pero los chiquillos lo animaron y se decidió.”
Al poco tiempo fueron sumando más casas, porque cada vez que un agente dejaba uno de los barrios o cantones don Doliver lo pedía y encargaba a alguno de sus hijos. Hoy, ya su padre falleció, pero todos ellos son los agentes de un sector y tienen planes para expandirse hacia San Antonio de Belén.
Seis familias viven ahora de eso, porque además de los cinco hermanos, Ronald, Jorge Arturo, Adrián, Rodolfo y José Eduardo que reparten casi 2 mil periódicos de La Nación, su madre la vende al pregón en la casa.
Y la cadena no se ha roto. Los hijos de Jorge Arturo, siguieron el ejemplo de su tío y desde los ocho o nueve años comenzaron a meterle el hombro a su papá en las labores de reparto.
Madrugones
Para este trabajo es indispensable ser madrugón. La tarea la inicia Ronald, quien llega casi siempre a la casa de su madre, a la una de la mañana, para esperar el camión de La Nación.
Como a las tres ya todos están ahí y con una taza de café en mano se ponen en acción. “Esta sala —dice ella— se vuelve un desorden todas las madrugadas. Y hay que apurarse porque si nos atrasamos inmediatamente comienza a sonar el teléfono, preguntando porque no llega el diario.”
Las motos cargadas comienzan a salir minutos después de las cuatro para tratar de que todo el mundo tenga su ejemplar al levantarse.
Una memoria
Cuando tratamos de indagar con los Vargas, que todos parecen hechos con el mismo molde, sobre cosas curiosas que les han sucedido en esa labor de tantos años, todos se sonríen. En la mente de cada uno de ellos deben de reunirse de golpe centenares de anécdotas.
“¡Ay…! —exclama Rodolfo, a quien lo llaman Cuca— nosotros vemos tanto que podríamos escribir una memoria, pero la verdad es que mejor nos quedamos callados. Porque uno se va haciendo ‘vino’ de tanta cosa que se encuentra por ahí.”
Accedieron a confesarme, sin embargo, que los perros los odian y que todos ellos han tenido experiencias tristes con esos animales. Adrián una vez fue a dar al hospital porque un perro le hizo una herida profunda en un brazo. Y eso no fue lo único, pues relató que otro día estaba cobrando y cuando la señora abrió la puerta la mascota se escapó y se pegó a su pierna. Se logró soltar, pero no había empezado a correr cuando lo mordió en la otra.
También Jorge Arturo (Piro) tiene malos recuerdos con los canes y entre éstos el que está más presente fue una vez que uno de ellos lo agarró del pantalón y no solo lo botó sino que se lo llevó arrastrado por varios metros. “Y la señora lo que me dijo fue ‘pobrecito, yo le voy a regalar otro pantalón’ imagínese”.
Y al poco rato le viene a la memoria otra anécdota y la cuenta: “Iba caminando ahí por el restaurante La Cascada, con un montón de periódicos al hombro cuando choqué con algo y eran los zapatos de un tipo que estaba debajo de un carro. Cuando volví a pasar por ahí ya le habían robado al auto las cuatro llantas y lo habían dejado sobre unos block.”
Así transcurre la vida de los Vargas, entre sustos y chistes, mientras reparten los ejemplares por debajo de cada puerta de Escazú y Santa Ana.
La familia Vargas hoy día
La familia Vargas Azofeifa empezó hace 45 años su labor y desde entonces continúa activa llevando cada mañana el periódico impreso de La Nación a 5000 hogares de Escazú y Santa Ana, con excepción de Jorge Arturo (Piro), quien hace unos años decidió hacer una pausa en el camino. En el año que se publicó el artículo (1991) se distribuían 2000 ejemplares, lo cual demuestra que, a pesar del avance tecnológico, el formato impreso aún mantiene su gusto y vigencia.
De los 5000 ejemplares que les corresponde repartir, aproximadamente 800 se distribuyen en Escazú centro, 700 en San Antonio, 2000 en San Rafael y 1500 en Santa Ana.
Los cuatro hermanos que en la actualidad continúan activos, cuentan con la asistencia de 18 repartidores, de los cuales solamente dos son familiares —cuñados de Adrián—. Todos realizan su trabajo en motocicleta.
El mayor de los hermanos es Jorge Arturo (Piro), de 65 años y el menor es Adrián, de 54 años de edad. La madre de ellos, doña Norma Azofeifa (Moma), tiene 86 años y el padre, don Doliver Vargas Obando, falleció en 1984.
De los cinco hermanos, Jorge Arturo (Piro) fue el único que combinó su oficio de repartidor con un trabajo a tiempo completo como oficial de servicios B en la Municipalidad de Escazú durante más de 40 años y donde se pensionó hace 3 años.
Ver edición impresa virtual (20 páginas)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario