15 de enero de 2002

Michas

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Las autoridades de Escazú en la antigua plaza, en 1924. Aparecen de izquierda a derecha, en la fila de atrás: Alberto Fuentes, Jeremías Roldán (Michas) —personaje del artículo— y Noé Jiménez. En la fila de adelante: Alfredo Portuguez —jefe político—, Pbro. Leoncio Piedra —cura párroco—, Claudio Pacheco —alcalde— y Benjamín Herrera —director de la Escuela de Escazú—. A la derecha se observa el viejo kiosco.


Artículo principal - Edición 236 - Enero de 2002

Juan Antonio Céspedes Guzmán

1880-1955. In Memorian

Hubo en Escazú, hace mucho tiempo, cuando todavía los chiquillos se mandaban a la pulpería con toda confianza, cuando las casas se construían sin barrotes, cuando nadie envidiaba la fortuna del vecino, la moda no obnubilaba a las gentes y la pantalla chica no había invadido la tranquilidad del hogar, hubo un hombre bueno, justo y piadoso, un santo varón de Dios.

El nombre de pila de este señor fue Jeremías Roldán Capuro, aunque en el pueblo se le conocía solo por Michas. No tenía más hacienda que la casa donde vivía, a un costado de la escuela; detrás, un mediopatio con pocas flores, una mata de orégano, tres matas de café en el fondo y un vetusto jocote que hacía de cerca.

En el dormitorio de la casa un viejo y negro reloj de péndulo colgaba de una pared muy cerca de la cama de Tarsila, quien era la única hermana que le acompañaba y tan anciana como él; y a la par, su pequeño taller de carpintería, donde fabricaba los estuches mortuorios de los escazuceños pobres, pues este era su oficio: trabajar la madera como San José. Solo que José, en Nazareth, fabricaba las cruces que le pedía el centurión romano para mandar a clavar en cruz a los desgraciados. Michas, en Escazú, hacía los ataúdes para aquellos que pasaban a mejor vida.

En una ocasión, allá por el año de 1926, en tiempos del padre Zavaleta, se le muere un hijo pequeño a don Juan León León (hoy anciano de 96 años), vecino de San Antonio y boyero desde la edad de nueve.

El infortunio coge a este señor sin un céntimo en la bolsa, razón por la que corrió donde Michas para comprarle, de fiado, el ataúd para el infante. Pero resultó que por esos días no tenía cajas pequeñas el bueno de Michas. Sin embargo, el generoso carpintero le resolvió el problema al atribulado padre dándole dinero para que comprara el féretro en la capital y, para que no le faltara, le dio otro tanto más de lo que le podía costar.

Pero esta bella alma no solo socorría a los pobres sino que alegraba el corazón de los pequeños regalándoles palomitas de barro y papel, figurillas que él mismo hacía. Detrás del taller, muy próximo a la raíz del jocote, tenía ahí una huaca, que era la gran chócola de donde sacaba el barro de olla con que hacía las figuras. Y como era un hombre tan bueno, dejaba entrar a la huaca a todos los chiquillos del barrio y a todos los niños de la escuela para que se llevaran el barro que quisieran.

¡Qué tiempos! ¡Dichosos días y días dichosos esos en que nuestros juegos de niños no eran más que el barro, el trompo, las chumicas y la pelota de trapo!

¡Oh, adorable inocencia la de aquellos años de nuestra infancia, años sublimes que surcó el tiempo en nosotros, desde muy temprano, para que se depositaran ahí los valores supremos del hombre, los valores del bien y de la verdad!

¡Oh, pequeño hacedor de cuyas manos salieron aquellas avecillas que sobre sus alas un día nos llevaron hasta lo más alto y nos dejaron caer hasta lo más bajo para que nada nos fuese desconocido! Gracias Michas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bonitos tiempos Escazú!

Marcos aquel , el marguen derecho el famoso palo de los chorizos?!


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