15 de noviembre de 1998

La humildad de Mauricio

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Artículo principal - Edición No. 199 - Noviembre de 1998

Su ejemplo sigue vivo

En este mes de noviembre (1998) se cumplen 10 años de la muerte de Mauricio Campos Rojas. Este muchacho, como hay pocos hoy día, vivió en carne propia el suplicio de una penosa enfermedad que truncó sus sueños, pero que dejó grabado indeleblemente un valioso ejemplo para todos los jóvenes, que en su paso por la vida, no han sabido encontrarle el verdadero sentido. El presente artículo fue publicado hace 10 años, después de su muerte, y lo volvemos a repetir, como un homenaje a este estudiante ejemplar.

Placa que se colocó en una aula del Instituto Tecnológico de Costa Rica, en su memoria.


Marco Antonio Roldán

En una pequeña y humilde vivienda localizada a tan solo 250 metros del parque de Escazú vivió, durante su corta existencia, un muchacho de una gran humildad, que deseaba llegar a ser un hombre de provecho para la sociedad, cosa que demostraba con su gran amor y dedicación por el estudio, así como su ansia de servir a sus semejantes, sin esperar nada a cambio.

Mauricio Campos Rojas, era el nombre de ese joven que falleció el pasado sábado 26 de noviembre, a los 20 años de edad, como consecuencia de una mortal enfermedad. A pesar de su breve estadía en este mundo, supo aprovecharla al máximo, pues el amor que sentía por el estudio y su gratitud por la vida, manifestada en el cariño, amabilidad y espíritu de servicio a los demás, lo hacían una persona excepcional.

Pipo, como cariñosamente le decían sus amigos, era un muchacho que en medio de las adversidades y contratiempos, sabía poner “buena cara al mal tiempo”; un ejemplo de ello es que las congojas y sufrimientos de su enfermedad, las ocultaba con una sonrisa amable y con un saludo cordial y positivo.

Mauricio nació en Escazú el 14 de agosto de 1968. Realizó sus estudios primarios en la Escuela República de Venezuela y cursó la secundaria en el Liceo de Escazú, donde obtuvo desde séptimo hasta undécimo año, el mejor promedio de la institución.

En 1986 ingresó al Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC) en la carrera de ingeniería en computación administrativa, logrando concluir el primer año con excelentes calificaciones, que lo situaban como el mejor de su grupo.

Frustración de sus ilusiones

Al poco tiempo de iniciado el segundo año de su carrera, durante la Semana Santa de 1987, Mauricio experimentó lo que sería el inicio de la frustración de sus esperanzas y anhelos. Durante esos días, empezó a sentir fuertes dolores de cabeza, que más tarde estarían acompañados con la pérdida de la vista, que durante un tiempo lo mantuvo prácticamente ciego.

Los médicos diagnosticaron que el muchacho tenía un tumor en el lado izquierdo de su cerebro, por lo que se vio obligado a abandonar sus estudios y someterse a un riguroso tratamiento de quimioterapia.

Ocho meses después, en vísperas de Navidad, las placas mostraban la aparente desaparición del tumor. Mauricio se sintió sumamente entusiasmado y sus esperanzas empezaron a revivir. Sentía que el recobrar su salud, era el mejor regalo de Navidad que había recibido en su vida.

En febrero del presente año, en virtud de su franca recuperación, se reintegró a los estudios en el TEC, logrando, como era característico en él, las mejores notas del grupo. A finales de octubre, su felicidad dio un giro de 180 grados, pues de nuevo comenzó a sentirse mal: los dolores de cabeza, la pérdida de la vista y otros síntomas, volvieron a hacer su aparición.

Los especialistas encontraron que el tumor había reaparecido, pero esta vez en el lado derecho de su cerebro, por lo que recurrieron a una intervención quirúrgica de 7 horas de duración, y en la que las esperanzas de éxito eran casi nulas. Después de permanecer 10 días en estado de coma, la llama de vida de Mauricio se extinguió.

Su principal motivación

Su abuela materna, doña Aida Rojas Mora, llegó a constituirse en su segunda madre, pues toda su vida convivió con ella y con sus tres hermanos. Mauricio decía que un motivo que lo estimulaba a poner tanto empeño y pasión por el estudio, era su abuelita, sus hermanos y su tío, pues su deseo era tener los medios económicos para que ellos pudieran vivir mejor.

Con una voluntad tan grande como su corazón, su mano siempre estuvo extendida para ayudar a sus amigos y compañeros de clase. Cuenta su abuelita, que una vez se dispuso a ayudar a un grupo de 15 estudiantes en la recuperación de sus estudios; luego de varios días, acostándose casi a las 2 de la madrugada, logró cumplir su misión.

Los padres de los estudiantes, profundamente agradecidos, quisieron pagarle por el servicio, pero Mauricio se negó rotundamente, pues lo que lo alentaba era el deseo de dar y no el de recibir. En vista de que rechazó definitivamente el dinero, una vecina lo reunió todo, y con el mismo compró ropa interior, camisas y desodorantes, y se los dio como regalo de Navidad.

Durante el funeral de Mauricio, que se realizó un día después de su muerte, llamó la atención el ataúd de color blanco, que fue una iniciativa del cura párroco Walter Howell, quien declaró que ese color simboliza la integridad moral y espiritual del fallecido.

Así era Mauricio, una persona muy humilde, que a pesar de ser económicamente pobre, nunca desmayó en sus propósitos.

Un muchacho que en vez de huir de la realidad con cigarrillos, licores o drogas, prefería opacar las adversidades de la vida con libros, con la búsqueda de la superación personal y con la aplicación del amor al prójimo, que era el espejo de su carácter sano. Ese fue Mauricio, un ejemplo para los que tienen el valioso tesoro de la salud, y lo desaprovechan.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi familia y yo tuvimos la dicha de tener siempre cerca a este extraordinario amigo, siempre lo caracterizó su honradez y su humildad, si hay un ser que extrañamos es a "Pipo", cuando él murió, se nos fue no solo un amigo y vecino sino un hermano, siempre nos dolerá su partida......

(Publicado originalmente el 10/12/09)

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